domingo, 19 de mayo de 2013

El Mensaje del Anhelo


Orfeo y Eurídice 

No es difícil darse cuenta de que vivimos como seres insaciables, siempre queriendo esto y lo otro, constantemente en busca de satisfacción: “si pudiera tener ese coche y esa casa, sería feliz; si pudiera estar con esa persona, todos mis sueños se harían realidad... Y tras intentar de todo para conseguir ciertas metas, nos damos cuenta de que no es felicidad lo que viene, sino la presión de una hipoteca y otras preocupaciones. Y detrás de todo ello, el anhelo de siempre. La sensación de que “algo falta" está siempre presente y rara vez sabemos qué hacer con ella. Cuando no obtenemos lo que queremos, vivimos días de amargura, decepción, malestar y miedo. Pero incluso cuando conseguimos lo que queremos, seguimos sufriendo, pues no podemos mantenerlo para siempre. No importa qué obtengamos, siempre nos lanzamos a montañas rusas que nos dejan insatisfechos.
Sabiduría enseña que tratar de escapar de la angustia y el vacío no es la solución, porque eso sólo hace al problema más grande. Aquello a lo que te resistes persiste (C.G.Jung). Y como enseñan los Taoístas, hemos de ser como el agua, que fluye a través de los puntos de menor resistencia.
Muchos poemas antiguos se refirieron a esta situación de desasosiego en que vivimos, y mostraron la forma de afrontarla sabiamente. Pero los seres humanos hemos sido olvidadizos durante miles de años y vivimos cultivando negligencia. Hemos olvidado no sólo el conocimiento sobre nuestro papel en el cosmos, sino también nuestras raíces espirituales y culturales. El anhelo que sentimos nos pide establecer una conexión consciente con éstas y mirar dentro. Sin embargo, desde hace décadas se ha tendido a buscar respuestas en doctrinas orientales, olvidando que Occidente fue lugar de siembra para la Sabiduría, que es resbaladiza y emana de un mismo lugar: nuestro verdadero ser. 
Las semillas de la civilización occidental fueron sembradas por místicos y sabios como Parménides y Pitágoras. Paradójicamente, hoy la cultura occidental, ya decadente, es una imagen perfecta de la ansiedad y el deseo descontrolado, sobre todo el llamado American way of life, tan extendido. Occidente perdió la conexión con la Realidad prácticamente desde el comienzo, pues nadie escuchó a los maestros, debido a la edad oscura en que nació nuestra cultura. 
Afortunadamente, todavía podemos aprender de las enseñanzas de Parménides, Empédocles, Pitágoras, Heráclito o Sócrates. Así pues, es hora de detenernos y escuchar lo que el momento presente tiene que decir.
Como dice Empédocles a un alumno en uno de sus poemas, antes que nada necesitamos aprender a escuchar con todo el ser. Nuestro problema es que nunca abrazamos lo que sucede aquí y ahora, dentro y fuera de nosotros, con lo cual no podemos aprender del ahora.  
Tan pronto como sentimos el cuerpo y estado emocional, advertimos quizá tensiones y deseo de alcanzar algún tipo de alivio. El anhelo es una cualidad intrínseca de la vida, comunica algo importante que no atendemos debido a nuestra costumbre de ir siempre con prisas. Está presente en la forma en que las plantas crecen hacia la luz, en el canto de los pájaros, en el amor de un hombre por su amada, en la ilusión de un niño en la noche de Navidad, en la pasión de un flautista. Todo vibra y todo anhela retornar a la fuente. 
Existe un enigmático poema que se convirtió en una piedra angular de nuestra civilización occidental. Fue escrito por Parménides de Elea (nacido en el año 515 antes de Cristo), y describe su viaje a las Mansiones de la Noche, el mundo subterráneo, donde la diosa Perséfone mora y todos los opuestos –luz y oscuridad, vida y muerte, masculino y femenino– se reconcilian. El poema comienza como sigue:
Las yeguas me llevan cabalgando, tan lejos como el anhelo alcanza, tras hallarme en el legendario camino de la divinidad que conduce al hombre que sabe, a través de la vasta y desconocida oscuridad.
Parménides, lejos de abandonar su anhelo, lo sigue como hilo guía. La atención a nuestro anhelo tal vez no sea lo que estamos acostumbrados, pero no hay otro camino hacia la verdadera libertad, pues mientras vivamos, sentiremos la necesidad de volver a la Fuente, no en el futuro, sino ahora mismo. 
Y fue en las Mansiones de la Noche donde Parménides escuchó las dulces palabras de la diosa, una revelación que refleja nuestra vida inconsciente, la naturaleza de la Realidad y la manera de vivir en armonía con ella. Su mensaje divino es simple, y es que sólo hay un camino a la Verdad, a saber: que el Ser es y que no hay no-ser, es decir, sin burdas interpretaciones intelectualistas: todo forma parte del Ser y no es posible pensar o sentir algo fuera del mismo. Además, la diosa invita a sentir la unidad que subyace al mundo de los sentidos, con una simple acción: 
percibir consciente (noêin) y ser (einai), son uno y lo mismo. 
Algo que, lejos de ser pensamiento, como creen muchos "intelectuales", significa sentir de golpe todo lo perceptible aquí y ahora, tanto lo que emerge y se desvanece (pensamientos inclusive) como de lo que nunca cambia; las dos caras de la unidad. Nada hay fuera de lo que es.
A pesar de esta unidad, el anhelo nos devuelve a la vida de división y confusión, pero para llevar a cabo un propósito esencial, pues el olvido pertenece al propio curso del Ser. Todos tenemos una misión cósmica, que es realizar la unidad a cada momento; y otra individual, indicada por las vocaciones. Cada uno de nosotros nace con una esencia que debe ser desplegada siguiendo lo que las tradiciones chamánicas y místicos llaman el "canto personal". 
Sigue tu dicha y puertas se abrirán allí donde jamás pensaste que habría puertas –Joseph Campbell–.
Esto no quiere decir que nuestra misión sea fácil. La vida es un gran reto, y la dicha contiene tanta dulzura como la amargura, pues es unión de opuestos.

© 2009


Nota: para un bonito artículo sobre el anhelo, de Peter y Maria Kingsley: http://peterkingsley.org/pkoffice/images/KingsleysLonging.pdf

No hay comentarios:

Publicar un comentario