lunes, 20 de mayo de 2013

El Lenguaje de la Depresión




Foto: El rapto de Perséfone, de Lorenzo Bernini

Nuestra vida está llena de circunstancias que pueden llevar a estados depresivos: la presencia del caos en la sociedad, la pérdida de alguien, la soledad, un accidente, una enfermedad y otro tipo de duras pruebas vitales. 


Con todo, la causa de la depresión no se halla en estas circunstancias, sino en una forma de vivir que apenas araña la superficie de la existencia y nos lleva a experimentar un profundo vacío e insatisfacción. 

Una superficialidad reflejada en el cultivo de hábitos ciegos y destructivos, como la falta de atención, la auto-compasión, el exceso de auto-importancia e incluso el auto-desprecio. Como decía Sidarta el Buda, el hábito principal del ser humano es "apego al sufrimiento". El ser humano se queda atrapado en comportamientos que siempre conducen al malestar, en gran medida porque no se comprenden desde la raíz. Por lo tanto, hemos de buscar su razón de ser profunda.
En Occidente ha habido muchos intentos de arrojar luz sobre el tema de la depresión y la vaciedad interna, aunque en general ha quedado como una cuestión insoluble, a pesar de que antiguos maestros conocían su verdadero sentido. 
Pensadores románticos decimonónicos como Jean Paul Richter utilizaron la expresión "dolor del mundo" (Weltschmerz) en referencia a la tristeza y desilusión con la vida en general. Para ellos la realidad física no satisface las exigencias del corazón y está oscurecida por la presencia del mal, lo cual causa dolor. 

Sorprendentemente, muchos poetas románticos consideran la melancolía y la tristeza como una forma de inspiración poética. Eso sí, omiten los efectos negativos que ejercen en la psique cuando no se descubre su sentido y causa profundas. Por poner un ejemplo ilustrativo: la angustia depresiva que movía a Soren Kierkegaard a escribir supuso el fin de su compromiso con Regina Olsen, y él mismo confesó que no quería cargarla con esos estados depresivos que no podía controlar. 
La "angustia existencial", a la que se refirió con el término Angst, era uno de sus temas preferidos, y le dedicó un libro, El Concepto de Ansiedad. De ahí que sea considerado como el primer pensador “existencialista”, aunque el existencialismo como corriente no emergería con fuerza hasta el período de entre guerras. 

La dureza y atrocidades bélicas agitaron el fondo oscuro de la psique humana hasta límites insospechados, y los pensadores existencialistas se centraron en la idea de que los seres humanos no tienen naturaleza propia –a diferencia de los animales–, y que esto los convierte en seres inherentemente desorientados, angustiados y crueles. 

El punto de vista existencialista fue muy pesimista, haciendo de la vida oscura aún más deprimente si cabe. Es el caso de la novela La Náusea de Jean Paul Sartre, donde la incertidumbre y la crueldad experimentada por los seres humanos no puede comprenderse, sino tan sólo afrontarse, si bien sintiendo náuseas.
Mucho más inspirada y positiva fue la visión de Martin Heidegger, para quien la angustia existencial surge en el hombre porque éste se siente "proyectado a la existencia" (entworfen), obligado a enfrentarse a la muerte y a la responsabilidad de tener que usar la voluntad para forjar su propia naturaleza. Decía Heidegger que todo ser humano adulto es responsable de elegir sus acciones, actitudes y estilo de vida, y el acto de elegir con valentía un camino vital propio, sin seguir ciegamente modelos externos, es realizar una "vida auténtica" (ein authentisches Leben). 

Justo al final de su vida, Heidegger comenzó a insinuar que la "vida auténtica" y una nueva forma de pensar, pueden llevar al ser humano a la comprensión del Ser (Sein), la naturaleza divina de todas las cosas, que se revela en un estado de “desapego” y “serenidad” (Gelassenheit).
Sin duda, hay algo de verdad en sus ideas, pero algo más es necesario para reconciliar conflictos internos y llenar el vacío. Sólo el Amor al Eterno y su Sabiduría y el desarrollo interno nos pueden dar una comprensión más rica de nosotros mismos. 
El mismo lenguaje de la Realidad nos indica que la angustia y la depresión juegan un papel importante en el camino de la evolución espiritual. Por contra, la sociedad moderna busca la comodidad egoísta, el éxito, el placer y las alturas celestiales y olvida el papel de la oscuridad interior. Una omisión clara de lo que la Sabiduría siempre ha reflejado a través de mitos y leyendas: 

La Luz sólo puede hallarse al fondo de la cueva, en la oscuridad del inframundo

Todos los grandes héroes mitológicos, desde Gilgamesh hasta Orfeo y Ulises viajaron al inframundo en su búsqueda de la inmortalidad y perfección divina. Mientras, los alquimistas consideraban que el primer paso en el proceso de transformación interior es un estado de putrefacción llamado nigredo.
Esta verdad se expresada también en los evangelios, donde Jesús sufrie la tentación en el desierto (psicológico), la desesperación en el huerto de Getsemaní, y abraza el dolor perdonando a sus enemigos, aceptando una muerte física terrible, para finalmente descender al infierno antes de retornar la Padre. Todas etapas esenciales del desarrollo espiritual, integración de la naturaleza animal y la espiritual. De ahí sus palabras: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6).
Estas tradiciones nos enseñan que la transformación sólo puede tener lugar cuando abrazamos lo que no nos gusta conscientemente, viéndolo como parte de nosotros mismos, lo que que cierra el círculo de completad y nos lleva de vuelta a casa.
Todos nuestros momentos difíciles pueden ser una manera directa de conectarnos con el Eterno y de crecer internamente si los afrontamos con paciencia y atención correcta. Son la oportunidad de convertirnos en “seres auténticos”, en vez de sombras. El poeta John Keats parecía consciente de ello al escribir en una carta: algunos dicen que el mundo es un valle de lágrimas, yo digo que es un valle para crear alma.
Los momentos de angustia y aparente impasse son signos que demandan nuestra atención y apertura. Mas cuando el anhelo y la necesidad de trabajo interno se ignoran, ciertas energías creativas muy poderosas –las fuerzas Ctónicas de la tierra– nos comunican a través de la enfermedad y el malestar que algo importante ha de hacerse, que un contacto consciente con el lado femenino de la realidad debe tener lugar. 

Nuestra falta de atención entristece profundamente a nuestro alma y espíritu, nuestra "divinidad interior". La vaciedad, aburrimiento y ansiedad no son sino lamentos del alma. 

En Grecia esto se expresó con el mito del rapto de Perséfone.


La depresión es los dedos de Perséfone y Hades alcanzándonos –Peter Kingsley–.

Nuestra desidia inconsciente obliga a las fuerzas creativas a arrastrarnos hacia un infierno de sufrimientos terribles. La realidad sigue su curso, aunque sea por las malas. Es entonces cuando surgen pensamientos tales como "la vida es una asco", "¿acaso merezco esto?", "no quiero vivir así", "prefiero morir". Y es realmente un indicio de que "algo" ha de morir en nosotros. Aunque, sin discernimiento, este impulso puede interpretarse literalmente, lo que llevaría a pensamientos suicidas. Por lo tanto hemos de entender la antigua máxima: muere antes de morir.
En la muerte psicológica vemos que somos más que los pensamientos y las emociones de nuestra personalidad superficial. Y esta comprensión nos pone en contacto consciente con nuestra verdadera naturaleza infinita, el alma y el espíritu donde somos uno con el Padre-Madre celestial.
Al conocernos a nosotros mismos, nos abrimos lo suficientemente para utilizar nuestros momentos difíciles como catapultas que nos lanzan hacia la Plenitud. 
Tan pronto como dedicamos más tiempo a descansar en elsilencio de la consciencia y ponemos en duda la literalidad de nuestros pensamientos y emociones negativas, cosas maravillosas comienzan a suceder. 

Como bien reza el refrán: nada es verdad, nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira. 

Las cosas no son lo que parecen ser. Las apariencias pueden ser como aquel repugnante ser mitológico, Medusa-Gorgona –hermosa mujer bajo un hechizo de fealdad– que convertía en piedra a todo aquel que la miraba a los ojos directamente. 

Así pues, hemos de hacer como Perseo, que empleó su escudo a modo de espejo para verla reflejada y evitar mirarla a la cara directamente. Todo lo que vemos, sea oscuro o luminoso, es en realidad un “reflejo de nuestra naturaleza”, y no tiene más ojos que los nuestros. 

No juzgues y no serás juzgado –Lucas 6:37

El conflicto sólo surge cuando lo que vemos aparecer como “otro”. Y sólo identificando el reflejo pudo Perseo decapitar a Medusa con la espada de la voluntad, obteniendo a Pegaso, el caballo volador, las alas de nuestro alma, que diría Platón.
Perseo también tenía zapatillas aladas recibidas de Hermes, metáfora de la elevación a través de pensamientos sublimes; y el casco de la invisibilidad de Hades, para ser Nadie, pues el egoísmo nos arroja fuera de nosotros mismos.
Como vemos, los mitos pueden ser de gran ayuda para conocernos y mantener la mente enfocada en algo más productivo que pensamientos deprimentes.
Cada uno de nosotros tiene una amplia gama de potencialidades que esperan a ser desarrolladas sin demora. Y sólo podemos descubrirlas escuchando la lógica de la vida y trabajando a diario sobre el suelo de nuestras imperfecciones. A veces es necesario comportarse como Caballeros, domeñando al dragón de nuestras emociones y pasiones bajas, con paciencia, fuerza, discernimiento, determinación y ecuanimidad para soportar el dolor y evitar hábitos destructivos. 

Pero también hay momentos en los que sólo podemos hacer una sola cosa: descansar bajo el poder transformador del silencio y la oscuridad. 

Peter Kingsley nos recuerda en su libro Reality y En los Oscuros Lugares del Saber (Ed.Atalanta) que en la Grecia Antigua esto era una práctica conocida como "incubación", consistente en yacer en silencio y quietud en cuevas y templos sagrados, como último recurso para una sanación casi imposible. Una práctica que compartían con los profetas de Israel y los cristianos de los primeros siglos.
En resumen, nuestra actitud debe ser de servicio y gratitud, y nunca exigente. Estamos llamados a ser los "órganos de percepción" del Eterno, para que la oscuridad pueda ser iluminada, reconciliada. Así es como llegamos a ser participantes activos en un drama cósmico donde la Divinidad se olvida y acuerda de sí constantemente. Sólo cuando perdemos de vista nuestra misión de alma y espíritu caemos en la depresión.

© 2009

domingo, 19 de mayo de 2013

El Mensaje del Anhelo


Orfeo y Eurídice 

No es difícil darse cuenta de que vivimos como seres insaciables, siempre queriendo esto y lo otro, constantemente en busca de satisfacción: “si pudiera tener ese coche y esa casa, sería feliz; si pudiera estar con esa persona, todos mis sueños se harían realidad... Y tras intentar de todo para conseguir ciertas metas, nos damos cuenta de que no es felicidad lo que viene, sino la presión de una hipoteca y otras preocupaciones. Y detrás de todo ello, el anhelo de siempre. La sensación de que “algo falta" está siempre presente y rara vez sabemos qué hacer con ella. Cuando no obtenemos lo que queremos, vivimos días de amargura, decepción, malestar y miedo. Pero incluso cuando conseguimos lo que queremos, seguimos sufriendo, pues no podemos mantenerlo para siempre. No importa qué obtengamos, siempre nos lanzamos a montañas rusas que nos dejan insatisfechos.
Sabiduría enseña que tratar de escapar de la angustia y el vacío no es la solución, porque eso sólo hace al problema más grande. Aquello a lo que te resistes persiste (C.G.Jung). Y como enseñan los Taoístas, hemos de ser como el agua, que fluye a través de los puntos de menor resistencia.
Muchos poemas antiguos se refirieron a esta situación de desasosiego en que vivimos, y mostraron la forma de afrontarla sabiamente. Pero los seres humanos hemos sido olvidadizos durante miles de años y vivimos cultivando negligencia. Hemos olvidado no sólo el conocimiento sobre nuestro papel en el cosmos, sino también nuestras raíces espirituales y culturales. El anhelo que sentimos nos pide establecer una conexión consciente con éstas y mirar dentro. Sin embargo, desde hace décadas se ha tendido a buscar respuestas en doctrinas orientales, olvidando que Occidente fue lugar de siembra para la Sabiduría, que es resbaladiza y emana de un mismo lugar: nuestro verdadero ser. 
Las semillas de la civilización occidental fueron sembradas por místicos y sabios como Parménides y Pitágoras. Paradójicamente, hoy la cultura occidental, ya decadente, es una imagen perfecta de la ansiedad y el deseo descontrolado, sobre todo el llamado American way of life, tan extendido. Occidente perdió la conexión con la Realidad prácticamente desde el comienzo, pues nadie escuchó a los maestros, debido a la edad oscura en que nació nuestra cultura. 
Afortunadamente, todavía podemos aprender de las enseñanzas de Parménides, Empédocles, Pitágoras, Heráclito o Sócrates. Así pues, es hora de detenernos y escuchar lo que el momento presente tiene que decir.
Como dice Empédocles a un alumno en uno de sus poemas, antes que nada necesitamos aprender a escuchar con todo el ser. Nuestro problema es que nunca abrazamos lo que sucede aquí y ahora, dentro y fuera de nosotros, con lo cual no podemos aprender del ahora.  
Tan pronto como sentimos el cuerpo y estado emocional, advertimos quizá tensiones y deseo de alcanzar algún tipo de alivio. El anhelo es una cualidad intrínseca de la vida, comunica algo importante que no atendemos debido a nuestra costumbre de ir siempre con prisas. Está presente en la forma en que las plantas crecen hacia la luz, en el canto de los pájaros, en el amor de un hombre por su amada, en la ilusión de un niño en la noche de Navidad, en la pasión de un flautista. Todo vibra y todo anhela retornar a la fuente. 
Existe un enigmático poema que se convirtió en una piedra angular de nuestra civilización occidental. Fue escrito por Parménides de Elea (nacido en el año 515 antes de Cristo), y describe su viaje a las Mansiones de la Noche, el mundo subterráneo, donde la diosa Perséfone mora y todos los opuestos –luz y oscuridad, vida y muerte, masculino y femenino– se reconcilian. El poema comienza como sigue:
Las yeguas me llevan cabalgando, tan lejos como el anhelo alcanza, tras hallarme en el legendario camino de la divinidad que conduce al hombre que sabe, a través de la vasta y desconocida oscuridad.
Parménides, lejos de abandonar su anhelo, lo sigue como hilo guía. La atención a nuestro anhelo tal vez no sea lo que estamos acostumbrados, pero no hay otro camino hacia la verdadera libertad, pues mientras vivamos, sentiremos la necesidad de volver a la Fuente, no en el futuro, sino ahora mismo. 
Y fue en las Mansiones de la Noche donde Parménides escuchó las dulces palabras de la diosa, una revelación que refleja nuestra vida inconsciente, la naturaleza de la Realidad y la manera de vivir en armonía con ella. Su mensaje divino es simple, y es que sólo hay un camino a la Verdad, a saber: que el Ser es y que no hay no-ser, es decir, sin burdas interpretaciones intelectualistas: todo forma parte del Ser y no es posible pensar o sentir algo fuera del mismo. Además, la diosa invita a sentir la unidad que subyace al mundo de los sentidos, con una simple acción: 
percibir consciente (noêin) y ser (einai), son uno y lo mismo. 
Algo que, lejos de ser pensamiento, como creen muchos "intelectuales", significa sentir de golpe todo lo perceptible aquí y ahora, tanto lo que emerge y se desvanece (pensamientos inclusive) como de lo que nunca cambia; las dos caras de la unidad. Nada hay fuera de lo que es.
A pesar de esta unidad, el anhelo nos devuelve a la vida de división y confusión, pero para llevar a cabo un propósito esencial, pues el olvido pertenece al propio curso del Ser. Todos tenemos una misión cósmica, que es realizar la unidad a cada momento; y otra individual, indicada por las vocaciones. Cada uno de nosotros nace con una esencia que debe ser desplegada siguiendo lo que las tradiciones chamánicas y místicos llaman el "canto personal". 
Sigue tu dicha y puertas se abrirán allí donde jamás pensaste que habría puertas –Joseph Campbell–.
Esto no quiere decir que nuestra misión sea fácil. La vida es un gran reto, y la dicha contiene tanta dulzura como la amargura, pues es unión de opuestos.

© 2009


Nota: para un bonito artículo sobre el anhelo, de Peter y Maria Kingsley: http://peterkingsley.org/pkoffice/images/KingsleysLonging.pdf

miércoles, 1 de mayo de 2013

Actitud, desde Arriba

Laguna de Walden, cercana a la cabaña de Thoreau


Pensamos que podríamos situarnos tras nosotros mismos, en el recto sentido. Por medio de un esfuerzo consciente de la mente podemos mantenernos desapegados de acciones y sus consecuencias; y todas las cosas, buenas o malas, pasan de largo como un torrente. No nos hallamos completamente inmersos en la Naturaleza. Podría ser el junco a la deriva en el arroyo, o Indra contemplándolo desde el cielo.  Podría verme afectado por la exhibición teatral; o, por otro lado, podría no verme afectado por un hecho que parece concernirme en mayor grado. Sólo me conozco como entidad humana; la escena, por así decirlo, de pensamientos y afecciones; y percibo cierta doble consciencia gracias a la cual puedo permanecer tan alejado de mí como de cualquier otra persona. Independientemente de la intensidad de mi experiencia, soy consciente de la presencia y actitud crítica de una parte de mí que, por así decirlo, no es parte de mí, sino un espectador que más que involucrarse en la experiencia, toma nota de ella, y eso no es más yo que tú.  Cuando la obra teatral de vida, que podría ser una tragedia, se acaba, el espectador sigue su camino. No fue más que una ficción, una obra de la imaginación en la medida en que se interesó en ella. Ese doble podría fácilmente hacernos pobres vecinos y amigos a veces. 
(Walden, La Vida en el Bosque, Capítulo Soledad, Henry David Thoreau, 1854).

Los aspectos más relevantes de nuestra vida son a menudo los más sutiles, sin embargo, apenas les prestamos atención. Esto es incluso más cierto con respecto a lo que Henry Thoreau intenta apuntar aquí. ¿Qué quiere decir situarnos detrás de nosotros mismos? ¿A qué tipo de percepción hace alusión? Al comienzo alude a un esfuerzo de la mente a través del cual podemos permanecer desidentificados de los ajetreos de la vida, como simples espectadores, pero acaba siendo más explícito, mencionando una enigmática doble consciencia  –y de difícil traducción (doubleness, en el original). Y la experiencia nos revela que dicha consciencia implica mucho más que la acción de nuestra mente cotidiana. Lo que buscamos pertenece a un terreno más profundo o elevado; es una “mirada desde Arriba”, es decir, por encima del nivel del pensamiento conceptual y las emociones. Y parece ser que sólo nos alcanza cuando nuestro ser se “abre” como una flor, recibiendo impresiones puras. 

Con todo, aquellos realmente involucrados en alguna práctica interior saben que la mente y el cuerpo juntos son muchas veces incapaces de establecer contacto con esa “profundidad” pues al organismo le falta cierta energía. Es entonces cuando debemos preguntarnos: ¿dónde ponemos nuestra atención? ¿cómo empleamos nuestra energía? ¿en qué situaciones la desperdiciamos? Seguramente, si viviésemos como debiéramos, el “combustible psíquico” estaría más disponible, especialmente cuando más se le necesita, y entonces la calidad requerida de atención de la mente hacia sí misma, al cuerpo y al mundo en general, sería posible. 

Un maestro dijo en cierta ocasión que nunca sopesamos nuestra vida lo suficiente, que nunca contemplamos lo suficiente. Por ello, estas reflexiones y constataciones han de ser siempre recordadas.

Curiosamente, al recibir una nueva infusión de vida, quizás nos sintamos animados a continuar con nuestra contemplación silenciosa y meditaciones diarias, pero incluso entonces nos olvidamos de algo más importante, y no es exactamente un esfuerzo físico o de la mente sino más bien una actitud lúcida ante la cual la vida humana aparece de repente llena de vanidad e ilusiones insignificantes, como esa exhibición teatral mentada por Thoreau. La “actitud correcta” era precisamente uno de los aspectos del óctuple sendero señalado por un maestro llamado Siddharta. Ahora es nuestra tarea hallar y cultivar esa actitud humilde. Tal vez así accedamos a la “atención correcta” y la “comprensión correcta”. Huelga decir que esa actitud nada tiene que ver con “ganar” o “adquirir” algún estado sereno ideal o cualquier otro don para nosotros. La idea distorsionada que tenemos de nosotros mismos es precisamente la raíz de todas nuestras ilusiones y actitudes egoístas, que al final son auto-destructivas. Con ellas no podemos ni crecer interiormente, ni perdonar ni repartir luz en medio de un mundo insano. Con razón lo antiguos cuentos y mitos insisten en que sólo la pureza de corazón conduce a la Realidad.