miércoles, 1 de mayo de 2013

Actitud, desde Arriba

Laguna de Walden, cercana a la cabaña de Thoreau


Pensamos que podríamos situarnos tras nosotros mismos, en el recto sentido. Por medio de un esfuerzo consciente de la mente podemos mantenernos desapegados de acciones y sus consecuencias; y todas las cosas, buenas o malas, pasan de largo como un torrente. No nos hallamos completamente inmersos en la Naturaleza. Podría ser el junco a la deriva en el arroyo, o Indra contemplándolo desde el cielo.  Podría verme afectado por la exhibición teatral; o, por otro lado, podría no verme afectado por un hecho que parece concernirme en mayor grado. Sólo me conozco como entidad humana; la escena, por así decirlo, de pensamientos y afecciones; y percibo cierta doble consciencia gracias a la cual puedo permanecer tan alejado de mí como de cualquier otra persona. Independientemente de la intensidad de mi experiencia, soy consciente de la presencia y actitud crítica de una parte de mí que, por así decirlo, no es parte de mí, sino un espectador que más que involucrarse en la experiencia, toma nota de ella, y eso no es más yo que tú.  Cuando la obra teatral de vida, que podría ser una tragedia, se acaba, el espectador sigue su camino. No fue más que una ficción, una obra de la imaginación en la medida en que se interesó en ella. Ese doble podría fácilmente hacernos pobres vecinos y amigos a veces. 
(Walden, La Vida en el Bosque, Capítulo Soledad, Henry David Thoreau, 1854).

Los aspectos más relevantes de nuestra vida son a menudo los más sutiles, sin embargo, apenas les prestamos atención. Esto es incluso más cierto con respecto a lo que Henry Thoreau intenta apuntar aquí. ¿Qué quiere decir situarnos detrás de nosotros mismos? ¿A qué tipo de percepción hace alusión? Al comienzo alude a un esfuerzo de la mente a través del cual podemos permanecer desidentificados de los ajetreos de la vida, como simples espectadores, pero acaba siendo más explícito, mencionando una enigmática doble consciencia  –y de difícil traducción (doubleness, en el original). Y la experiencia nos revela que dicha consciencia implica mucho más que la acción de nuestra mente cotidiana. Lo que buscamos pertenece a un terreno más profundo o elevado; es una “mirada desde Arriba”, es decir, por encima del nivel del pensamiento conceptual y las emociones. Y parece ser que sólo nos alcanza cuando nuestro ser se “abre” como una flor, recibiendo impresiones puras. 

Con todo, aquellos realmente involucrados en alguna práctica interior saben que la mente y el cuerpo juntos son muchas veces incapaces de establecer contacto con esa “profundidad” pues al organismo le falta cierta energía. Es entonces cuando debemos preguntarnos: ¿dónde ponemos nuestra atención? ¿cómo empleamos nuestra energía? ¿en qué situaciones la desperdiciamos? Seguramente, si viviésemos como debiéramos, el “combustible psíquico” estaría más disponible, especialmente cuando más se le necesita, y entonces la calidad requerida de atención de la mente hacia sí misma, al cuerpo y al mundo en general, sería posible. 

Un maestro dijo en cierta ocasión que nunca sopesamos nuestra vida lo suficiente, que nunca contemplamos lo suficiente. Por ello, estas reflexiones y constataciones han de ser siempre recordadas.

Curiosamente, al recibir una nueva infusión de vida, quizás nos sintamos animados a continuar con nuestra contemplación silenciosa y meditaciones diarias, pero incluso entonces nos olvidamos de algo más importante, y no es exactamente un esfuerzo físico o de la mente sino más bien una actitud lúcida ante la cual la vida humana aparece de repente llena de vanidad e ilusiones insignificantes, como esa exhibición teatral mentada por Thoreau. La “actitud correcta” era precisamente uno de los aspectos del óctuple sendero señalado por un maestro llamado Siddharta. Ahora es nuestra tarea hallar y cultivar esa actitud humilde. Tal vez así accedamos a la “atención correcta” y la “comprensión correcta”. Huelga decir que esa actitud nada tiene que ver con “ganar” o “adquirir” algún estado sereno ideal o cualquier otro don para nosotros. La idea distorsionada que tenemos de nosotros mismos es precisamente la raíz de todas nuestras ilusiones y actitudes egoístas, que al final son auto-destructivas. Con ellas no podemos ni crecer interiormente, ni perdonar ni repartir luz en medio de un mundo insano. Con razón lo antiguos cuentos y mitos insisten en que sólo la pureza de corazón conduce a la Realidad.










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