domingo, 5 de abril de 2015

La Vida Eterna es Ahora



El que quiera preservar su vida la perderá, pero el que la perdiere por mí la hallará –Mateo 16:25

Reflexionar sobre estas enseñanzas de un modo temporal y meramente escatológico empaña su sentido profundo, ya que apuntan a algo que está más allá del Tiempo, pero que se vive siempre ahora. 

La crucifixión simboliza la intersección de carne y espíritu en la cruz de la materia. Crucificar los cinco sentidos –cinco heridas de Yahshua– es armonizarlos anulando su efecto cegador, así como el efecto cegador los impulsos egoístas del tirano interior, el cual ha de morir para que uno pueda resucitar antes de morir. 

Decía Raimon Panikkar que la clave reside en "vivir la Eternidad en lo temporal", lo cual queda reflejado en uno de sus iluminadores discursos: 

Para vivir y morir no hace falta saber vivir y morir. Al saber algo perdemos la inocencia. Sólo podemos aceptar la vida que se nos ha dado por un tiempo indefinido. Benditos aquellos que han llegado a la suprema ignorancia –agnosía–, decía Evagrius Ponticus. Toda vida tiene un valor inconmensurable. La vida se vive y lo único que necesitamos para vivirla es liberarnos del miedo a la muerte, que es el disfraz del miedo a la vida.
Cada momento es único. En cada momento nos jugamos nuestro destino. Quien no ve una puesta de sol o un dolor de muelas como una revelación única, no vive ni la puesta de sol ni el dolor de muelas. El problema de la muerte no se puede desvincular de la aventura de la vida. Si no sabemos la hora de la muerte tampoco sabemos el momento de la vida. Si me preocupo por cuándo moriré, me despreocupo por la hora en que vivo. ¿Qué le pasa a la gota de agua cuando cae al mar? La gota de agua desaparece. ¿Pero qué soy yo, la gota de agua o el agua de la gota? Al agua de la gota no le pasa nada. ¿Qué le pasa a la gota de agua cuando cae al mar? La gota de agua desaparece. ¿Pero qué soy yo, la gota de agua o el agua de la gota? Al agua de la gota no le pasa nada. La muerte no será distinta de la vida. Pero tenemos miedo al sufrimiento, y como se nos ha dicho tantas veces que la muerte es sufrimiento, queremos prolongar la vida, incluso de los moribundos, artificialmente.
La sabiduría consiste precisamente en reconocer la unicidad de un instante. Si no nos enamoramos a cada instante de lo que estamos haciendo, somos esclavos, para ir al cielo, al infierno o a donde sea. La vida nos ha sido dada y sólo se merece dándola. Entonces es uno feliz. Volviendo a Evagrius Pónticus [1]: quien no vive la vida eterna ahora, que se olvide de vivirla luego.

Sin duda esto se halla ligado a lo que antiguas tradiciones llaman "cuerpo de luz", o "cuerpo de resurrección" en la cristiana, que es fruto de la espiritualización del propio cuerpo. Pues no se busca huir del mundo, como hacían algunos gnósticos platónicos, sino de hallarnos en él. 

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[1] Evagrius Ponticus fue Padre del Desierto en el siglo IV, poniendo en práctica la dimensión viva del cristianismo, basada en el vaciamiento (kénosis) de toda voluntad egoísta, sin ídolos externos, morando en el corazón mediante la oración del Señor o repetición silenciosa del Nombre, cuya fase profunda consiste simplemente en la atención a la respiración penetrando el vientre y el latido del corazón.

Los Padres del Desierto se guiaban por la máxima: Dios se hizo hombre para que el hombre pueda ser en Dios, es decir, formar parte del cuerpo de Cristo (1 Cor 10:17; 12:12-27).

Sus enseñanzas inspiraron a los grandes místicos cristianos y fue compilada por la Iglesia Ortodoxa en la obra Philokalia. Hay una extraordinaria compilación de textos y comentarios publicada en el libro: 
Eremitas, de Isidro Juan Palacios.




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