viernes, 1 de agosto de 2014

Reconociendo Su Historia

Khidir

Dejar que el Ser Divino viva la vida a través de nosotros es la esencia de todo camino espiritual genuino, una verdad que ha sido expresada en innumerables mitos e historias desde tiempos inmemoriales, no sólo por Pablo (no soy yo quien vive, sino que Cristo vive en mí). Después de todo, la humanidad moderna está destinada a convertirse en los ojos del Uno; en otras palabras: Ser en el Mundo. En esto se basa una tradición ancestral heredada por místicos sufíes, quienes sostienen que este glorioso evento tiene lugar "donde los dos mares se encuentran", el punto en el que Moisés pudo encontrar al Sabio Khidir, ese enigmático hombre verde presente en tantos cuentos, incluso la tradición celta [1]. Una figura que representa el "contacto" con la Sabiduría que viene de la vida misma, no de los libros o los maestros de carne y hueso; los guías externos sólo pueden apuntar al verdadero Maestro de Todo. La Divinidad puede brillar y enseñar en cada aspecto de nuestras vidas, si estamos lo suficientemente despiertos como para reconocer Su Historia de Amor.
Para ahondar más sobre este punto, merece la pena escuchar la charla y el capítulo Donde los Dos mares Se Encuentran [2], a la que pertenece el siguiente fragmento:
¿Por qué no podemos entregarnos a este amor, a esta fuerza? ¿Por qué luchamos, tratamos de defendernos, nadamos contra corriente? Esto es también parte de nuestro drama humano, las dudas y la angustia, la ira que viene de dentro, de lo profundo. No es fácil rendirse, entregarse. No estamos hechos de ese modo. Requiere tiempo inclinarse ante Dios. Y tenemos que inclinarnos una y otra vez, siempre cuando somos más vulnerables. Y sin embargo, del ser apaleado por el amor nace algo, un silencio, una cualidad de ser, una suavidad que forma parte de la dulzura del amor. Hay muchas maneras en que lo Divino cobra vida dentro de nosotros. Esta alquimia interior es la promesa del corazón: que si permanecemos en el lugar donde los dos mares confluyen, seremos transformados, que el amor nos revelará sus secretos, secretos que son a la vez humanos y divinos.
Los secretos divinos son en muchos sentidos más obvios: experimentar la unidad que forma parte de toda la vida así como de nuestra relación con nuestro Amado [lo Divino], la infinitud del amor, su éxtasis embriagador, la paz interior que puede aportar, la compasión. Hay muchas cualidades de nuestra naturaleza divina. Pero ¿qué es de los secretos humanos que son revelados? ¿Qué se nos muestra acerca de nuestro mar? Sí, existe la cotidianeidad de la vida que se nos devuelve, la simplicidad de "cortar leña y llevar agua". Tradicionalmente Khidr aparece en su forma más común y corriente, a menudo pasado por alto hasta el momento que ha desaparecido: el pescador que conocimos en el puente, el niño que nos sonríe. Y en esos momentos común y corrientes desaparece toda imagen de nosotros mismos con dificultades o problemas, y experimentamos la vida con un frescor que forma parte del momento; quizá atrapemos la risa existente en lo más profundo de las cosas. Estamos más plenamente vivos.
Me gustaría decir que esto es todo, este retorno a la simplicidad de nuestro ser. Tiene la cualidad del retorno al Edén, recuperando la inocencia de una infancia que quizá no hayamos tenido nunca. No hay juicio, sólo conciencia pura y a menudo alegría. Observando el vuelo de los pájaros, viendo caer una hoja en el viento, experimentamos la vida como plenamente presente. Se me han dado momentos semejantes, que, como un fuego en invierno, dan calor y luz. Pero, ¿qué pasa con la persona que ha hecho el viaje? ¿Se perdieron simplemente todas sus historias a la luz de este sol? ¿Queda algo del viajero? He llegado a la conclusión de que, incluso cuando toda imagen de uno mismo ha sido disuelta como el rocío, queda una historia que tiene un sentido y un propósito. El camino del amor produce muchas cicatrices, a menudo cicatrices en el corazón, y no todas desaparecen, aunque su drama haya disminuido. Nos cuentan algo acerca de lo que significa ser humano, estar en el lugar donde los dos mares confluyen, ver revivir al pez muerto. Y sin embargo, ya que en los momentos de experiencia real no existe el tiempo, simplemente existe el instante, esas historias no forman parte de ningún pasado; son simplemente parte de lo que es. Son parte esencial de nuestra experiencia mística humana, de nuestro conocimiento más profundo de nosotros mismos.
Durante mucho tiempo traté de dejarme a mí mismo atrás, de abandonarlo como los restos de un coche viejo. Pero siempre quedaba algo llamándome de vuelta. Una y otra vez intenté evitarlo, intenté purificarlo con amor, disolverlo con luz. Pero quedaba siempre, como si su historia necesitase ser contada y su significado descubierto. Y es ahí donde yo estoy en este momento, con asombro y tristeza, sabiendo que hay una parte de mi historia que todavía está esperando. Ya no es una historia de lucha y transformación, el dolor de la separación, el éxtasis de la unión. Y sin embargo, porta el recuerdo de esos estados. Porta además un recuerdo de que estamos siempre separados de nuestro Amado, somos siempre un siervo a Sus pies, incluso teniendo presente el conocimiento de que la separación es una ilusión y que todo es uno.
Entonces, ¿quién es la persona que está presente en este lugar, cuya luz es parte de la luz de Dios incluso aunque necesite vivirla en mi pequeña vida? ¿Qué sucede realmente cuando confluyen estos dos mares? ¿Se mezclan y entremezclan como uno, o conserva cada mar sus cualidades propias, uno hablando del infinito océano, el otro de la experiencia humana común y corriente? ¿Cómo confluyen dentro de mí, y qué historia cuentan?
Cuando Moisés encontró a Khidr en aquel lugar, le preguntó: "¿Puedo seguirte, para que me enseñes algo del conocimiento y la guía que te han sido otorgadas?". Pero Khidr dijo que Moisés no sería capaz de soportar el estar con él, ya que "¿Cómo puedes aguantar lo que no comprendes?" (Sura 18:68). Moisés trató de seguir a Khidr tres veces, hasta que finalmente tuvo que dejarlo, incapaz de soportar sus acciones. En este viaje parece que lo humano y lo divino van por caminos separados, y sin embargo, el sendero místico es soportar lo que no podemos entender, seguir sus pasos sin saber el porqué. No se puede explicar la experiencia directa al yo racional; tenemos que dejar atrás a nuestro Moisés a la orilla del mar. Y, no obstante, hay también un yo humano que hace el viaje con Khidr, que no cuestiona o busca entender. Es el yo que permanece.
Y por medio de este yo, algo es revelado que está oculto a la dimensión más vasta de nuestro ser. No es sólo la lucha y confusión, el anhelo y amor, el entregarse e intentar rendirse. No es ni siquiera la simple conciencia del momento que ve el mundo con ojos abiertos. Nuestro yo humano puede llegar a saber algo sobre el encuentro de lo humano y lo divino, un encuentro que tiene lugar en todo momento con cada respiración y, sin embargo, es ocultado muy rápidamente por los patrones de la existencia, por el juego de colores y formas que llamamos vida. Lo Divino viene a la vida en cada momento y, en cada momento, es ocultado este misterio, en el mismo instante en que es revelado. Es más rápido que un latido del corazón y es muy fácil pasarlo por alto. Solamente lo puedes ver si estás en el lugar donde los dos mares confluyen, donde lo humano y lo divino se juntan. Si miras sólo hacia lo Divino, la luz es demasiado brillante para verlo. Y si estás atrapado en los dramas del ser humano, serás demasiado lento para darte cuenta de ello.
Pero en todo momento este secreto está presente. Es un momento de intención divina, una chispa de propósito divino, que es al mismo tiempo nuestra intención y propósito. Se dice que cada uno de nosotros tenemos un propósito único, divino, una nota del alma que sólo nosotros podemos tocar. Y esta nota única sólo se puede tocar en este mundo, en el tiempo y el espacio, en el limitado mundo de formas. En los mundos interiores que se extienden más allá del horizonte existe otra música, hermosos sonidos celestiales. Pero aquí, en este mundo, cada uno de nosotros tenemos una vocación y un propósito, y parece ser que gran parte del camino de la vida es tratar de vivir este propósito, de tocar esta nota. Es la mayor aportación que podemos hacer.
En cada uno de nosotros existe un deseo vehemente de vivir este propósito, de "encontrar el sentido y hacer del sentido nuestra meta". Esto es lo que nos llama a lo largo de nuestro viaje por la vida, y para alguna gente, si son afortunados, se desarrolla por medio de los acontecimientos de su vida, una vida que entonces se vuelve profundamente significativa y satisfactoria. Están viviendo el propósito de su vida. Por supuesto que también es fácil descarrilarse, atrapados en las ilusiones del mundo, sus placeres y sufrimiento. Entonces perdemos el contacto con nuestro propósito singular y la vida se vuelve paulatinamente cada vez con menos sentido, por mucho que intentemos llenarla de distracciones. Para alguna gente la vida espiritual ofrece un modo de intentar recuperar este sentido, de reconectarse con este propósito, y, sin embargo, tiene también sus distracciones propias, ilusiones de luz o "desarrollo espiritual". Hay muchas maneras de perderse en este mundo.
Pero bajo el juego de los acontecimientos, la búsqueda de significado y propósito, el perder y encontrar, está el simple encuentro de lo Divino y lo humano: el propósito divino que toma forma humana. Esto es lo que sucede donde confluyen los dos mares, este es el significado de Khidr apareciendo como una persona normal y corriente. Porque uno de los mayores misterios es que hay un propósito divino que sólo se puede revelar en este mundo de formas, y como seres humanos portamos ese propósito en nuestros corazones y en la luz de nuestra conciencia. Portamos la luz de lo divino que viene al mundo, la ola del mar divino que confluye con la ola del mar humano. Somos el propósito divino que se pone de manifiesto. Es la historia de amor oculta del mundo, lo que los sufíes llaman el secreto de la palabra "Kun!" ("¡Ser!").
Toda la lucha y búsqueda de significado lleva a uno a este lugar, a este encuentro que tiene lugar una y otra vez en cada instante. Las corrientes de lo Divino vienen a reunirse con nosotros, y nosotros vamos a reunirnos con lo Divino. Y en este encuentro nos fundimos y somos uno, y sin embargo, también permanecemos separados, porque, como Ibn 'Arabî nos recuerda, "el siervo es siempre el siervo y el Señor es siempre el Señor". Esta es la promesa y el sufrimiento del místico: anhelamos el retorno al océano infinito del amor, fundirnos de nuevo en la fuente. Y sin embargo, tenemos que permanecer aquí en este mundo físico de multiplicidad para tocar la nota singular de nuestro ser. Tenemos que honrar lo que significa ser un ser humano aunque hayamos degustado lo que significa disolverse en el amor.
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[1] La historia Sir Gawain y el Caballero Verde, no tiene desperdicio.
[2] Extracto del capítulo final de Fragments of a Love Story: Reflections on the Life of a Mystic. Traducido en:
Y para aquellos que entiendan inglés, es recomendable escuchar al propio autor, Lewellyn Vaughan Lee, quien lo comenta:

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