Una historia cuenta que iba Buda una vez con su discípulo Govinda, paseando por la naturaleza, cuando preguntó:
–Govinda, toma este cuenco y llénalo por favor de agua en el riachuelo que dejamos atrás hace un momento.
–Por supuesto maestro. Le traeré el agua.
Así pues, Govinda camina hasta el riachuelo, pero justo cuando se estaba agachando a recoger el agua, un hombre pasó con sus bueyes y el agua se enturbió.
El discípulo, decepcionado, volvió a Buda y le dijo:
–Lo siento, pero el agua está ahora enfangada.
–Ya veo, dijo Buda pensativo, y sabiendo que el agua del riachuelo provenía de un lago puro tras las montañas, añadió, en un tono firme:
–Pero Govinda, tengo mucha sed. Así que por favor, vuelve al río y consigue obtener agua limpia.
El discípulo obedeció sin rechistar, aunque confundido por la insistencia de su maestro.
Así que se sentó en la orilla, pensando en una posible solución. Y al cabo de un rato, mientras observaba el riachuelo atentamente, se dio cuenta de que el agua se hacía cada vez más clara, pues lo sedimentos y las hojas retornaban al fondo.
Esto hizo que su corazón se iluminase, ya que comprendió la lección de su maestro, así como las palabras que le había dicho días antes:
"La Naturaleza de la Mente está siempre presente, clara y cristalina, pero de vez en cuando los pensamientos y emociones enturbian su superficie, hasta que estos se disuelven de nuevo por sí solos".
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