La pasión del genuino cristianismo interior está muy alejada de auto-mortificaciones e imágenes de Jesucristos
ensangrentados que sólo reflejan cuán poco se comprende
de qué hablan los Evangelios y cuánta oscuridad afecta a huérfanas
mentes carnales.
La verdadera pasión se relaciona con lo que se conoce como "Conciencia", y una de las frases que mejor la refleja es la que Yahshua dirige durante su oración en Getsemani:
La Conciencia es lo único que puede guiarnos hacia lo que debemos ser y hacer en cada momento:
Porque cuando los gentiles que no tienen Ley, hacen por naturaleza lo que es de la Ley, éstos, aunque no tengan ley, son Ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su Conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos (Romanos 2:14)
La Conciencia es una función del Alma o Yo superior, una armonía de Corazón pacífico y Razón divina; es lo que nos alumbra y enciende el fuego que purifica el alma personal inferior o nephesh, la cual sólo puede salvarse si su "oscuridad heredada desde la Caída" es completamente fertilizada y reciclada, mediante la muerte del ego.
Este proceso transformador sólo se da en la medida en que se incrementa el darse cuenta, es decir, la "consciencia" o visión imparcial no reactiva de nuestras perceciones, imperfecciones, pensamientos y estados de ánimo.
La consciencia –que no conciencia– trabaja al nivel de la personalidad y crea las condiciones para que la armonía de Conciencia emerja desde nuestra esencia subconsciente, facilitando el perdón ante la negatividad de los demás o bien el arrepentimiento por nuestras faltas hacia otros (parientes, amigos...), así como la ecuanimidad ante retos difíciles que requieren todo nuestro valor y excelencia. Virtudes que no pueden venir de la personalidad.
A los que salgan vencedores [del Armagedon interior] les daré a comer del Árbol de la Vida (Apocalipsis 2:7)
Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, hágase tu voluntad (Lucas 22:42)
Los apóstoles eran muy conscientes de la importancia de este estado, que no debe confundirse con la pesadumbre, la indignación o aflicción derrotista, sino con la capacidad de llevar sobre las espaldas el dolor del mundo:
mi
conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo [cuerpo divino interior], que tengo gran
tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseara yo mismo ser
anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos...(Romanos 9:3).
La Conciencia es lo único que puede guiarnos hacia lo que debemos ser y hacer en cada momento:
Porque cuando los gentiles que no tienen Ley, hacen por naturaleza lo que es de la Ley, éstos, aunque no tengan ley, son Ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su Conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos (Romanos 2:14)
La Conciencia es una función del Alma o Yo superior, una armonía de Corazón pacífico y Razón divina; es lo que nos alumbra y enciende el fuego que purifica el alma personal inferior o nephesh, la cual sólo puede salvarse si su "oscuridad heredada desde la Caída" es completamente fertilizada y reciclada, mediante la muerte del ego.
Este proceso transformador sólo se da en la medida en que se incrementa el darse cuenta, es decir, la "consciencia" o visión imparcial no reactiva de nuestras perceciones, imperfecciones, pensamientos y estados de ánimo.
La consciencia –que no conciencia– trabaja al nivel de la personalidad y crea las condiciones para que la armonía de Conciencia emerja desde nuestra esencia subconsciente, facilitando el perdón ante la negatividad de los demás o bien el arrepentimiento por nuestras faltas hacia otros (parientes, amigos...), así como la ecuanimidad ante retos difíciles que requieren todo nuestro valor y excelencia. Virtudes que no pueden venir de la personalidad.
A los que salgan vencedores [del Armagedon interior] les daré a comer del Árbol de la Vida (Apocalipsis 2:7)
Pero la conciencia no puede expandirse a menos que seamos conscientes de lo que realmente sucede y de cuál es nuestro rol en la realidad.
El acto de conciencia pura activa inlcuso la acción salvífica de la Gracia divina:
El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva no quitando las inmundicias de la carne sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios por la resurrección de Jesucristo [nuestro Alma] (1 Pedro 3:16 RV)
La buena conciencia implica sentirnos plenamente agradecidos por el mero hecho de recibir la Vida de nuestro Alma divina, y tener
la oportunidad de participar en el Viaje Divino, trayendo el Espíritu a la Materia, a las Aguas de abajo.
El agradecimiento entraña también reconocer y recibir las Enseñanzas profundas que nos fueron legadas por Esenios Nazarenos para el despertar, a pesar de ser atacadas por el espíritu anti-crístico de la religión oficial.
El agradecimiento entraña también reconocer y recibir las Enseñanzas profundas que nos fueron legadas por Esenios Nazarenos para el despertar, a pesar de ser atacadas por el espíritu anti-crístico de la religión oficial.
La conciencia es la llave de curación emocional, el arreglo (tikún) de las virtudes cuya ruptura provocó la Caída de Adam (Alma Humanidad):
Con Conciencia (da´at) se llenan las cámaras de todo bien preciado y deseable (Proverbios 24:4)
Y esas cámaras o jederym no son otras que las del Corazón, ya que el vocablo hebreo Jeder (JDR) es el acrónimo cabalístico de Misericordia/Jesed, Justicia/Din y Compasión/Rajamim.
La relación de nuestra mente con estas tres virtudes emocionales o midot es lo que se conoce como Conciencia inferior (Da´at Tachton), la cual conduce a la Conciencia superior (Da´at Elyon), donde la Comprensión y Sabiduría se unifican en el nivel inefable de la Voluntad o Amor Supremo.
Así, hemos de reconocer que la Conciencia depende del Espíritu divino, el cual mora en el Alma dada a los que se conectan al Corazón, aquellos que son engendrados desde arriba:
Sólo
podrá decirse y llegar a ser el Hijo de Dios aquel que posea Conciencia
–G.I.Gurdjieff, Del Todo y Todas las Cosas, Primera Serie
Así, hemos de reconocer que la Conciencia depende del Espíritu divino, el cual mora en el Alma dada a los que se conectan al Corazón, aquellos que son engendrados desde arriba:
habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios (Romanos 8:15-16)
La Conciencia es pues fruto de la actitud y visión correcta. ¿Qué provecho tendría vivir si nuestra mente no está lo suficientemente alerta para percibir los detalles sutiles de la vida que pueden despertar la "conciencia" más profunda, conectándonos a los requerimientos de nuestro Alma divina, que porta la voluntad del Padre Supremo?
Pedir claridad siempre nos es legítimo, pero de nosotros depende cultivar la atención mental que nos devuelva el verdadero "sentido común", donde la Vida cobra todo su sentido.
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