María Magdalena besando los piés de Jesús
Volviendo
al Evangelio de María Magdalena, es interesante observar las
actitudes que Pedro y Andrés muestran hacia ella:
«¿Cómo
iremos hacia los gentiles y predicaremos el evangelio del reino del
hijo del hombre? Si no han tenido con él ninguna consideración,
¿cómo la tendrán con nosotros?».
Entonces
Mariam se levantó, los saludó a todos y dijo a sus hermanos: «No
lloréis y no os entristezcáis; no vaciléis más, pues su gracia
descenderá sobre todos vosotros y os protegerá. Antes bien,
alabemos su grandeza, pues nos ha preparado y nos ha hecho hombres».
Dicho esto, Mariam convirtió sus corazones al bien y comenzaron a
comentar las palabras del [Salvador].
Pedro
dijo: «Mariam, hermana, nosotros sabemos que el Salvador te
apreciaba más que a las demás mujeres. Danos cuenta de las palabras
del Salvador que recuerdes, que tú conoces y nosotros no, que
nosotros no hemos escuchado». Mariam respondió diciendo: «Lo que
está escondido para vosotros os lo anunciare».
[…]
[consultar
en el texto entero y el primer artículo de esta Pascua para ver su discurso]
Después
de decir todo esto, Mariam permaneció en silencio, dado que el
Salvador había hablado con ella hasta aquí. Entonces, Andrés habló
y dijo a los hermanos: «Decid
lo que os parece acerca de lo que ha dicho. Yo, por mi parte, no creo
que el Salvador haya dicho estas cosas. Estas doctrinas son bien
extrañas». Pedro respondió hablando de los mismos temas y les
interrogó acerca del Salvador: «¿Ha hablado con una mujer sin que
lo sepamos, y no manifiestamente, de modo que todos debamos volvernos
y escucharla? ¿Es que la ha preferido a nosotros.
Entonces Mariam se echó a llorar y dijo a Pedro: «Pedro,
hermano mío, ¿qué piensas? ¿Supones acaso que yo he reflexionado
estas cosas por mí misma o que miento respecto al Salvador?
Entonces
Leví
habló
y dijo a Pedro: «Pedro,
siempre fuiste impulsivo. Ahora te veo ejercitándote contra una
mujer como si fuera un adversario. Sin embargo, si el Salvador la
hizo digna, ¿quién eres tú para rechazarla?
Bien
cierto es que el Salvador la conoce perfectamente; por esto la amó
más que a nosotros.
Más bien, pues, avergoncémonos y revistámonos del hombre perfecto,
partamos tal como nos lo ordenó y prediquemos el evangelio, sin
establecer otro precepto ni otra ley fuera de lo que dijo el
Salvador».
Los
fragmentos del Evangelio de María indican que no
sólo se convirtió en buena maestra, sino que asumió la
responsabilidad de transmitir la esencia de la enseñanza, alentada
por Jesús, su consorte espiritual, que ya la dejaba hablar a gusto
en presencia de otros discípulos, como indican otros evangelios.
Sin
embargo, Pedro y Andrés no parecían querer aceptar la autoridad de
una mujer, lo que podría ser la razón por la cual la cristiandad se
dividió; aunque los frescos cristianos de las catacumbas muestran
figuras femeninas enseñando en medio de grupos de oyentes, lo cual
revela la diferencia entre el primer cristianismo (siglos I y II) y el de la Iglesia
posterior.
Curiosamente, Pedro fue el fundamento de la
Iglesia institucional, lo cual también tiene una lectura simbólica, pues representaba era la "piedra fundación", Yesod en hebreo, que es básicamente la energía del "ego" que hay que transformar.
Por
el contrario, Juan y María se centraron “exclusivamente" en
el mensaje espiritual y transformador de Yahshua, predicando con el
ejemplo, más que con palabras, letras y leyes caducas. Precisamente, si hay alguien
que encarne la enseñanza de Jesús, aparte de él mismo, fueron Juan
y María Magdalena, los únicos discípulos que se quedaron con Jesús
bajo la cruz, junto con su madre. Su amor por él era lo
suficientemente fuerte como para superar el temor a ser asesinados
también, algo que no puede decirse de los demás. Pedro, en
particular, negó ser un discípulo tres veces, de acuerdo a los
evangelios. Si
no han tenido con él ninguna consideración, ¿cómo la tendrán con
nosotros? A
lo que Maríam responde:
No
llores y no te aflijas ni seas irresoluto, pues su gracia, será
enteramente con vosotros y os protegerá.
En
conclusión, tanto los evangelios canónicos como los apócrifos,
parecen apuntar a una historia diferente, la escrita en los corazones
de los amantes de la Sabiduría, más que en pilares de piedra.