Reflexionar sobre estas enseñanzas de un modo temporal y meramente escatológico empaña su sentido profundo, ya que apuntan a algo que está más allá del Tiempo, pero que se vive siempre ahora.
La crucifixión simboliza la intersección de carne y espíritu en la cruz de la materia. Crucificar los cinco sentidos –cinco heridas de Yahshua– es armonizarlos anulando su efecto cegador, así como el efecto cegador los impulsos egoístas del tirano interior, el cual ha de morir para que uno pueda resucitar antes de morir.
Decía Raimon Panikkar que la clave reside en "vivir la Eternidad en lo temporal", lo cual queda reflejado en uno de sus iluminadores discursos:
Para
vivir y morir no hace falta saber vivir y morir. Al saber algo
perdemos la inocencia. Sólo podemos aceptar la vida que se nos ha
dado por un tiempo indefinido. Benditos
aquellos que han llegado a la suprema ignorancia –agnosía–,
decía Evagrius Ponticus. Toda vida tiene un valor inconmensurable.
La vida se vive y lo único que necesitamos para vivirla es
liberarnos del miedo a la muerte, que es el disfraz del miedo a la
vida.
Cada
momento es único. En cada momento nos jugamos nuestro destino. Quien
no ve una puesta de sol o un dolor de muelas como una revelación
única, no vive ni la puesta de sol ni el dolor de muelas. El
problema de la muerte no se puede desvincular de la aventura de la
vida. Si no sabemos la hora de la muerte tampoco sabemos el momento
de la vida. Si me preocupo por cuándo moriré, me despreocupo por la
hora en que vivo. ¿Qué le pasa a la gota de agua cuando cae al mar?
La gota de agua desaparece. ¿Pero qué soy yo, la gota de agua o el
agua de la gota? Al agua de la gota no le pasa nada. ¿Qué le pasa a
la gota de agua cuando cae al mar? La gota de agua desaparece. ¿Pero
qué soy yo, la gota de agua o el agua de la gota? Al agua de la gota
no le pasa nada. La muerte no será distinta de la vida. Pero tenemos
miedo al sufrimiento, y como se nos ha dicho tantas veces que la
muerte es sufrimiento, queremos prolongar la vida, incluso de los
moribundos, artificialmente.
La
sabiduría consiste precisamente en reconocer la unicidad de un
instante. Si no nos enamoramos a cada instante de lo que estamos
haciendo, somos esclavos, para ir al cielo, al infierno o a donde
sea. La vida nos ha sido dada y sólo se merece dándola. Entonces es
uno feliz. Volviendo a Evagrius Pónticus [1]: quien
no vive la vida eterna ahora, que se olvide de vivirla luego.
Sin duda esto se halla ligado a lo que antiguas tradiciones llaman "cuerpo de luz", o "cuerpo de resurrección" en la cristiana, que es fruto de la espiritualización del propio cuerpo. Pues no se busca huir del mundo, como hacían algunos gnósticos platónicos, sino de hallarnos en él.
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[1]
Evagrius
Ponticus fue Padre del Desierto en el siglo IV, poniendo en práctica
la dimensión viva del cristianismo, basada en el vaciamiento (kénosis) de toda
voluntad egoísta, sin ídolos externos, morando en el corazón mediante la oración
del Señor o repetición silenciosa del Nombre, cuya fase profunda
consiste simplemente en la atención a la respiración penetrando el
vientre y el latido del corazón.
Los
Padres del Desierto se guiaban por la máxima: Dios se hizo hombre para que el hombre pueda ser en Dios, es
decir, formar parte del cuerpo de Cristo (1 Cor 10:17; 12:12-27).
Sus
enseñanzas inspiraron a los grandes místicos cristianos y fue
compilada por la Iglesia Ortodoxa en la obra Philokalia. Hay una
extraordinaria compilación de textos y comentarios publicada en el
libro:
Eremitas,
de Isidro Juan Palacios.