Usted no puede reconciliar la creatividad con el logro técnico. Puede ser perfecto como pianista y no ser creativo; puede tocar el piano de la manera más brillante y no ser músico. Puede ser capaz de emplear el color, poner pintura sobre un canvás, y no ser un pintor creativo. Podría modelar una cara o imagen en una piedra porque ha aprendido la técnica y no ser un maestro creador. La creación viene primero, no la técnica, y por eso somos desdichados toda la vida. Tenemos técnica –sabemos cómo construir una casa, un puente, cómo fabricar un motor, cómo educar a nuestros niños a través de un sistema...; hemos aprendido todas estas técnicas, pero nuestros corazones y mentes están vacías. Somos máquinas de primera clase; sabemos funcionar muy eficientemente, pero no amamos lo viviente. Usted puede ser un buen ingeniero, puede escribir con buen estilo, en inglés o marathi o cualquiera que sea su lengua, mas la creatividad no se halla a través de la técnica. Cuando tiene algo que decir, crea su propio estilo; pero cuando no tiene nada que decir, aunque tenga un estilo bonito, lo que escriba será sólo rutina, repetición en nuevas palabras de lo viejo. Habiendo perdido el canto buscamos al cantante. Aprendemos del cantante la técnica del canto, pero no hay canto. Y el canto es esencial, la alegría de cantar es esencial. Así pues, si se observa con una mirada crítica, verá que la técnica no conduce a la creatividad, pero cuando la creatividad esté ahí, la técnica surgirá de la nada(...) Para expresar algo debe tener un canto en el corazón y sensibilidad para recibir. (J. Krishnamurti, The Book of Life).
A modo de ilustración de este argumento hemos elegido una de tantas piezas de música compuesta por G.I.Gurdjieff y Thomas de Hartmann, uno de sus alumnos. Y la razón es precisamente que esta música nos se basa en un gran virtuosismo técnico –como es el caso de las obras de Chopin o Liszt– sino más bien en una pincelada que apunta a algo profundo en nosotros.Gurdjieff recibió inspiración de melodías, cantos y bailes populares que presenció en sus viajes por Asia Central y el norte de África. Más tarde, a comienzos de 1900, se encontró en Rusia con Thomas de Hartmann, compositor renombrado, de formación clásica, que ayudó a Gurdjieff a expresar ciertos temas orientales mediante el uso de la armonía e instrumentación occidentales. Trabajando juntos, más allá de toda convención y rutina muerta, elaboraron algunas de las composiciones más profundas y originales del siglo XX, la mayoría de las cuales son parte integrante de los llamados "movimientos" y "danzas sagradas", que Gurdjieff mismo creó también. Pero eso es otra historia.